Ya mis manos abarcan tu delgada
cintura, ya se funde tu silueta
en mi piel, ya tu talle es una escueta
sombra que se bifurca penetrada;
ya tu presencia se transforma en nada,
en una ola cóncava y repleta
que abre entre las rocas una grieta
y se rompe en la cueva rebosada;
aunque eres no estás, pero te siento
como un soplo de aliento que se esfuma
entre los dedos húmedos de espuma
y el tallo de una flor que lleva el viento;
y una mano al final siempre me guía
para nutrir tu ausencia cada día.