27 mayo 2008

Cortado



Ha pasado un volcán con alas de oro
que me ha dejado con la boca abierta,
el croissant agitándose a la puerta
y la baba arroyando sin decoro.
Es una de las vírgenes que adoro
cada mañana en la terraza yerta
del Kaffebrenneriet, con la cierta
convicción del devoto de un tesoro.
Me abrasa su desdén, su indiferencia,
su paso de gacela, su cintura,
su afán de perturbar mi compostura,
su no sé qué de grácil, su indecencia.
Y el imbécil de mí a esperar que salga
del altar con un ala en cada nalga.