Por un sendero estrecho, muy temprano,
corría yo entre Myggheim y Vestlia,
en la cálida y justa compañía
de mis dos guantes, uno en cada mano,
añorando los soles del verano
que confunden la noche con el día.
Entre la niebla, cada vez más fría,
avisto el descampado, ya cercano,
donde espera el reposo; de repente,
surge de entre la fronda, se desnuda,
me tumba sobre el brezo, desanuda
mi running short, con la cabeza al frente,
la víbora voraz, húmeda y tiesa,
inocula su dosis en la presa.